domingo, 20 de septiembre de 2015

ASISTENCIA A LOS REFUGIADOS: CARTA DEL PRIOR GENERAL DE LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN




Queridos hermanos y hermanas:
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36).
La misericordia, expresión de la caridad, está sin duda en el centro de la vida cristiana. El papa Francisco, que ha querido convocar un Jubileo para la Iglesia bajo el signo de la misericordia, nos recuerda que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre y, por eso, el misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra (cf. Misericordiae vultus, 1).
Los problemas que surgen en la Iglesia y en la Orden provienen siempre, en última instancia, de abandonar el cultivo de una personal y profunda relación con Dios, de no conocerle: la causa principal y casi única de mis errores -dirá san Agustín- era tener una idea equivocada de Dios (cf. Conf. 5,10,19). Por eso no debemos olvidar que Dios es amor y que Cristo es el rostro de ese amor con el que Dios nos ama, como recordó bellamente el papa Benedicto XVI: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Probablemente uno de nuestros grandes retos hoy como cristianos sea cuidar la veracidad y la calidad de nuestro amor y, tal vez, volver a la autenticidad y a la fuerza del amor primero (cf. Ap 2,4).
El amor se expresa en las opciones y en la concreción de las acciones. La fidelidad a Jesús, como resalté en mi primer discurso como Prior General (cf. Acta Ordinis 66 (2013) 191-196), nos lleva a orientar nuestra vida por el principio-misericordia y, por tanto, a no cerrarnos en nosotros mismos, en nuestras seguridades o en nuestras comodidades, sino a estar allí donde se encuentra sufrimiento, a estar en la cuneta, junto a los heridos. Son muchas nuestras áreas de trabajo y nuestras actividades pero si, como religiosos y como Orden, no esta­mos estructurados por la compasión, todo lo que hagamos será sin duda irrelevante y volverá falso, y por tanto poco creíble, no solo nuestro apostolado, sino también nuestra vida religiosa y nuestro testimonio cristiano.
Estamos asistiendo al mayor éxodo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, que amenaza con derivar en catástrofe humanitaria. Un drama humano de enormes proporciones, que no puede dejarnos indiferentes. Aunque afecta principalmente a Europa, todos debemos responder a este clamor de los necesitados, a esta exigencia de la caridad. Ciertamente los oprimidos por la miseria han sido y son siempre objeto de un amor preferencial por parte de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 2448). Precisamente nuestra tradición como Orden mendicante, surgida para estar en la vanguardia de la Iglesia, al servicio de la humanidad, nos impulsa a escuchar este grito de ayuda, a dejarnos interpelar por él y a dar una respuesta efectiva y generosa. Nuestro carisma agustiniano no se desarrolla en la fuga mundi, sino en la inserción en el mundo, ámbito del amor de Dios. La llamada de Cristo necesitado, que pide hospedaje (cf. Mt25,31-46), se dirige a cada hermano de la Orden, a cada monja contemplativa, a cada laico que vive la espiritualidad agustiniana, especialmente los miembros de las fraternidades. A todos y a cada uno de nosotros. Y las comunidades agustinianas tendrían que hacerse notar por ser los lugares donde se puede observar la reacción más libre, más audaz, más pronta, más intensa y más creativa ante esta exigencia a la misericordia y a la compasión: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.
  1. La conversión del corazón
“Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
El primer paso está en procurar la trasformación interior que nos permita “sentir” a la humanidad necesitada, a los pobres y a los excluidos. La sociedad de confort puede conllevar no solo el peligro de una creciente mundanización en nuestro estilo de vida, sino también el incremento del egoísmo, el miedo a perder seguridades de quienes han perdido la seguridad de Cristo y, por tanto, se oponen visceralmente a cualquier riesgo, incluidos los riesgos de la caridad. De ningún modo pueden aceptarse comentarios xenófobos, ni que se frivolice con la tragedia de miles y miles de personas que, huyendo de la guerra y de las persecuciones, llaman a las puertas de Europa buscando la oportunidad y la posibilidad de un mundo mejor; buscando esperanza.
Todos estos refugiados, vengan de donde vengan, son la familia de Jesús y parece que tampoco para ellos hay sitio en la posada (cf. Lc 2,7). Nos piden una respuesta. Y esta respuesta, que debemos dar individualmente y como institución, no debe quedar bloqueada por el miedo, por el egoísmo o por las conveniencias políticas. No responder significa ser cómplice; eludir responsabilidades es contribuir al mal. Cuando se minimizan estas tragedias, o cuando se dice que la responsabilidad es solo de los gobiernos, ¿no se está mostrando la tristeza del propio vacío y, en definitiva, la falsedad con la que se puede llegar a vivir la vocación?
Que el Señor nos conceda un corazón compasivo, de modo que podamos ver al necesitado como sujeto y no como objeto, como persona y no como número, como realidad viva y no como ficción. Ciertamente, “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Gaudium et spes, 1).
  1. Algunas consideraciones.
“Venid vosotros, benditos de mi Padre … porque fui forastero y me hospedasteis” (Mt 25,34.35).
El papa Francisco nos ha presentado una petición muy concreta: “Ante la tragedia de decenas de miles de refugiados que huyen de la muerte por la guerra y el hambre y están en camino hacia una esperanza de vida, el Evangelio nos llama a ser ‘prójimos’ de los más pequeños y abandonados. A darles una esperanza concreta. No sólo a decir solo: ‘¡ánimo, paciencia!…’. La esperanza cristiana es combativa, con la tenacidad de quien va hacia una meta segura. Por lo tanto, ante la proximidad del Jubileo de la misericordia, hago un llamamiento a las parroquias, a las comunidades religiosas, a los monasterios y a los santuarios de toda Europa para que expresen la realidad concreta del Evangelio y acojan a una familia de refugiados. Un gesto preciso en preparación del Año santo de la misericordia. Que cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, cada santuario de Europa acoja a una familia, comenzando por mi diócesis de Roma” (Alocución durante el ángelus, 6 de septiembre de 2015).
En este sentido me dirijo a todos los hermanos de la Orden, especialmente a los que residen en Europa.
* Pido que el superior mayor de cada una de las circunscripciones de Europa, junto con su Consejo, estudie con carácter de urgencia el modo de responder a este llamamiento del papa.
* El superior mayor, en diálogo con los priores locales, con los párrocos agustinos y con los responsables del secretariado de Justicia y Paz concretarán el modo en el que cada comunidad o parroquia puede acoger y ocuparse de al menos una familia de refugiados. Es decir: procurarles alojamiento (en locales dependientes o en otros lugares) y ocuparse de sus necesidades materiales y espirituales: vivienda, comida, educación, vestido, trabajo, asistencia sanitaria, situación legal, etc. En las comunidades con menos recursos se verá el modo de colaborar en ello.
* También se tratará el tema en los capítulos locales de las comunidades religiosas y en los consejos parroquiales.
* Para buscar una mayor eficacia y coordinación, se procurará colaborar con las estructuras diocesanas e intercongregacionales.
* Respecto a las circunscripciones fuera del continente europeo: todos conocemos las situaciones similares que se dan en muchas partes del mundo, donde la realidad de los desplazados y de los refugiados es igualmente alarmante. También aquí es necesario considerar el mejor modo de ayudar y colaborar.
* Para las circunscripciones o comunidades que quieran colaborar con una ayuda económica, se habilitará un fondo especial en la Curia General para canalizar estas aportaciones.
*Pido a los superiores mayores de toda la Orden que me hagan saber lo que se determine en su circunscripción respecto al tema de la asistencia a los refugiados. Ruego se envíe la información a la Secretaría General de la Orden.
* Convoco una jornada en toda la Orden para orar por los refugiados, por los cristianos perseguidos y por todas las víctimas de la guerra. Tendrá lugar el próximo día 16 de noviembre (Día Internacional para la Tolerancia) y, en la medida de lo posible, estará abierta también a los laicos. El Instituto de Espiritualidad Agustiniana enviará indicaciones y materiales.
Es decir: procurarles alojamiento y ocuparse de sus necesidades materiales y espirituales: vivienda, comida, educación, vestido, trabajo, asistencia sanitaria, situación legal, etc.
Quiero expresar mi profundo agradecimiento por cuanto pueda hacerse para movilizar recursos en favor de quienes nos necesitan tan urgentemente, sabiendo que abrirnos a la audacia del Evangelio repercutirá también benéficamente en nosotros mismos; ayudando a los demás nos ayudamos cada uno y como Orden porque, en palabras de san Juan Pablo II, “el hombre alcanza el amor misericordioso de Dios, su misericordia, en cuanto él mismo interiormente se transforma en el espíritu de tal amor hacia el prójimo” (Dives in misericordia, 14).
Que María, Madre de la Consolación, nos proteja y acompañe.
En Roma, a 16 de septiembre de 2015
Alejandro Moral Antón
Prior General OSA

No hay comentarios:

Publicar un comentario